El retorno – por Susana Brizzi

Caminaba las calles de  San Bernardo a esas horas de la mañana en que las cosas de la naturaleza recién se despiertan.

Una paz ancestral distiende su mente y lo alegra. Todo parece bueno. Llena los pulmones de aire puro mientras una golondrina lo distrae con un sinfín de tirabuzones que lo embriaga.

Su mundo, el que quedó en las maletas a medio abrir, está allí en el departamento de la Costanera esperando una respuesta.

El sol tibio aún lo invita a pasear y a contagiarse de la verde savia de estas calles en verano.

El pregonar del churrero con su silbato en un trémolo fugaz;  pero, potente, alerta sus sentidos, comer churros con mate, buena idea para despertar a la familia. ¿Y la dieta? ¡Qué importan ahora los lípidos, el tenor graso, cero en colesterol! El organismo exuberante quiere olvidar esos menesteres y saborear las pequeñas extravagancias que el hombre pone a su alcance.

¿Cuánto hace que no contaba con unas vacaciones como ésta?

Estos últimos años el trabajo lo había absorbido de una manera increíble, estar pendiente de  las finanzas, los bancos, el nuevo rumbo de la economía, no le permitieron distracciones. Había que tener alerta los cinco sentidos si quería seguir inserto en el mundo de los negocios.

Las horas y los días no le alcanzaban para las reuniones, las citas, los holdings, los lobbies y todo  lo que condujera a su crecimiento como empresario.

Sentado en la plaza, su querida plaza de juegos y encuentros adolescentes, comenzó a recordar su rutina. Fijó la vista en su reloj y pensó que a las seis de la mañana se levantaba todos los santos días,  luego de la ducha que terminaba de despertarlo  pasaba a vestirse.  Sonrió por el recuerdo.  ¡Qué incertidumbre ésta! ¿Qué camisa ponerse, con cuál corbata? ¿Y los pantalones? ¿Y qué zapatos, los abotinados, o los otros que son más modernos, o esos italianos?…  Este trajín le insumía  tantos minutos que a veces llegaba a ser la hora.

Entonces vinieron a su mente otros momentos, cuando su mamá lo increpaba ¡Hasta cuando! Para agregar papá ¡Yo a este chico no lo entiendo, tan inteligente para algunas cosas y mirá, mirá con la ropa lo que tarda! Para finalizar con algo que me apabullaba.¡Al final vas a perder el colectivo para ir al colegio y no hay otro hasta dentro de media hora y yo no te voy a llevar y vas a llegar tarde!

Una  mariposa molestó sus recuerdos, se entretuvo en su vuelo y la acompañó hasta que se posó en una flor silvestre para luego alzar vuelo nuevamente y perderse entre las matas de yuyos verdes, jugosos a esta hora de la mañana.

Volvió a su vida. El café en el bar de siempre con algún funcionario o ejecutivo de alguna empresa, para comenzar, luego ya en su oficina, su solícita secretaria le leía la agenda diaria, de allí en más la vorágine de cifras, llamadas telefónicas, video conferencias, reuniones de directorio que absorbían su día, sin importar si salía el sol en Buenos Aires o se avecinaba la tormenta más terrible.

¿Hizo dinero? ¡Vaya si lo hizo! Además lo merecía si por ello perdió otras cosas.

Su mujer cansada de los desplantes, las esperas, las infidelidades y la soledad en su casa lujosa, le colgó la galleta, como decía su abuelo y le pidió el divorcio para casarse con uno de sus amigos, un tipo simple sin tantas pretensiones que tenía tiempo para dedicar a su mujer, a su hogar, a su vida.

Él mientras tanto cambiaba de auto, viajaba por asuntos de negocios por el mundo con una pléyade de secretarios, directores y otras yerbas, sin obviar la amante de turno que decoraba con su presencia la comitiva.

¡Qué sueño ese, el de la egolatría, el del poder! Ser el mejor, el primero, el exitoso.

Por una de esas cosas inexplicables, para algunas cosas ni el sabio más sabio podría hallarle explicación, una mañana buscando algo en el escritorio de su casa apurado como estaba, se encontró con una foto de su familia, tantos años arrumbada ¡Papá, mamá , mis hermanos!

Ese día, casi por primera vez, no fue a la oficina, no atendió el celular; la imagen le recordó tantas cosas… ¿Cómo dejó de comunicarse con sus padres?  ¿Por qué no respondió a sus hermanos? No tenía tiempo, nunca tuvo tiempo. No hay nada peor que la ingratitud. ¿Para qué servía todo lo que tenía si en el fondo estaba solo? No tenía con quien compartir nada. Solo adulaciones y envidias del poder.¿ En dónde quedaron las enseñanzas de sus viejos?

Se vistió con un jean y una remera, a las apuradas preparó sus maletas y salió.

Hoy camina por las calles de San Bernardo, su pueblo, su lugar en el mundo. Podrían acogerlo modernos centros turísticos; pero, la fragancia de los eucaliptus, de los pinos,  la intimidad de la Capilla donde ejerció la profesión de monaguillo, el canto de los pájaros en sus plazas, el sol de su niñez y el mar, el majestuoso y ancho mar  de sus días de fútbol y escapadas solo puede encontrarlo aquí en su pueblo.

Mientras camina por la orilla del mar donde las olas mansas besan sus pies, ríe a carcajadas porque hasta el celular compañero de conquistas y de negocios importantes no está con él, quedó en el bolsillo de su traje de señor de negocios; hoy, está pletórico de vida y solo con su conciencia.

Una vida distinta lo espera.

En su casa los viejos por fin sonríen. El hijo pródigo está de vuelta.

 

Espacio bloque 4 Publicitario Disponible