La normalidad en el siglo XXI es que la mujer consolide su participación en la fuerza productiva, así como en los espacios de decisión en todos los ámbitos.
Para superar las tendencias proteccionistas y la política del miedo promovida por Estados Unidos, la principal economía del planeta, es necesario que México utilice todos sus recursos y actúe con valentía, capacidad y patriotismo. En esto, la equidad de género y la mujer tienen un papel muy importante.
La discriminación, la intolerancia y la construcción de muros sólo pueden ser derrumbados si empezamos, desde adentro, a construir una verdadera inclusión de género. El siglo XXI fue declarado por la ONU como el siglo de la mujer y, aunque en algunos países es toda una realidad, en otros las mujeres aún enfrentan un entorno de desigualdad en materia de trabajo, salud, empleo, hogar y derechos, por mencionar sólo algunos aspectos.
La importancia de la mujer en tiempos líquidos va más allá de su incorporación al mercado de trabajo y el reconocimiento de sus derechos y capacidades; se requiere de su liderazgo para neutralizar cualquier tipo de decisiones intolerantes y misóginas, como las que últimamente han generado incertidumbre a nivel global.
En el plano internacional, en materia económica y financiera, las mujeres juegan un rol decisivo. Organismos como la FED, el FMI o la Cepal se encuentran bajo la presidencia de mujeres, mientras que en Alemania, Reino Unido, Chile o Noruega, los cargos de primer ministro son ocupados por mujeres.
Éstos son sólo algunos ejemplos a nivel global, pero se requiere que en el siglo XXI la equidad de género se manifieste como una constante y que las desigualdades sean cosa del pasado. Si bien en México hay avances importantes, se deben redoblar los esfuerzos para cumplir con los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU, que colocan la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres en una posición central de la Agenda 2030.
Para alcanzar estos objetivos, hay que emprender acciones encaminadas a la eliminación de la pobreza, y a la promoción de un crecimiento inclusivo y sostenible. La reducción de las desigualdades al interior del país es uno de los primeros pasos a dar, sobre todo en materia de salarios, para así mejorar el ingreso de la población y terminar con las diferencias que aún existen en el trabajo.
En México hay 19.9 millones de mujeres que laboran, las cuales representan el 38.2% de la población ocupada total del país. La incorporación de la mujer en el mercado laboral ha sido determinante para robustecer el mercado interno, que hoy es el principal motor de crecimiento de la economía. Tan sólo en los últimos 10 años, la población ocupada femenil tuvo un crecimiento de 21%, mientras que, en los hombres, el ritmo fue de sólo 17.25%.
El rol de las mujeres en materia laboral es importante, ya que ellas destinan la mayor parte de sus ingresos al bienestar de sus hijos y su familia. Su contribución al desarrollo de los hogares, por consiguiente, es altamente significativa. En algunos ámbitos, como el comercio, la presencia femenil domina, al concentrar el 52% del total del empleo en ese sector y otros, como la manufactura, donde uno de cada tres puestos es ocupado por una mujer.
El emprendimiento de la mujer es otro aspecto muy importante. Está comprobado que son más responsables en el manejo del crédito y que los apoyos financieros que puedan recibir tienen un efecto multiplicador mucho mayor en el bienestar de sus respectivas comunidades.
La presencia de la mujer será básica para determinar el grado de desarrollo en los próximos años en la economía del conocimiento y la innovación.
La tendencia de la equidad y la no discriminación ya está en marcha, pero es importante acelerar el proceso y que cada vez más áreas se sumen a esta dinámica. De acuerdo con la lista de Las mujeres más poderosas de México, publicada por Forbes México, hay mujeres líderes en todas las áreas: empresarias, politólogas, escritoras, actrices, periodistas, deportistas, filántropas y emprendedoras, entre otras, pero necesitamos más.
La normalidad en el siglo XXI es que la mujer consolide su participación en la fuerza productiva, así como en los espacios de decisión en todos los ámbitos. Sumar los recursos que la mujer aporta va a generar un mejor desarrollo, tanto nacional como internacional.
No podremos derribar los muros de la intolerancia y no habrá progreso social si no está sustentado en la igualdad y en la participación de la mujer.
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