Entre 1937 y 1938, la noticia de los suicidios de tres de grandes escritores conmocionó
el país con diferencia de pocos meses: Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones y Alfonsina
Storni. Dos de ellos guardaban entre si una profunda admiración y un amor que iba más
allá de lo racional.
En 1922, Alfonsina frecuentaba recurrentemente la casa del pintor Emilio Centurión, de
donde surgiría posteriormente el grupo Anaconda. Allí conoció a Horacio Quiroga, que
había llegado de su refugio en San Ignacio, Misiones, durante el año 1916. Su
personalidad debió atraerla. Un hombre marcado por el destino, perseguido por los
suicidios de seres queridos, que, además, se había atrevido a exiliarse en Misiones, e
intentado allí forjar un paraíso. En 1922, era ya el autor de sus libros más importantes,
Cuentos de la selva, Anaconda, El desierto. Vivía modestamente de sus colaboraciones
en diarios y revistas y desempeñó un papel protagónico en el intento de profesionalizar
la escritura.
Alfonsina había publicado sus libros Irremediablemente (1919) y Languidez (1920).
La amistad con Quiroga fue la de dos seres distintos. Cuenta Norah Lange que en una
de sus reuniones, adonde iban todos los escritores de la época, jugaron una tarde a las
prendas. El juego consistió en que Alfonsina y Horacio besaran al mismo tiempo las
caras de un reloj de cadena, sostenido por Horacio. Éste, en un rápido ademán,
escamoteó el reloj precisamente en el momento en que Alfonsina aproximaba a él sus
labios, y todo terminó en un beso.
Quiroga la nombra frecuentemente en sus cartas, sobre todo entre los años 1919 y 1922,
y su mención la destaca de un grupo donde había no sólo otras mujeres sino también
otras escritoras. Sin embargo, cuando Quiroga resuelve irse a Misiones en 1925,
Alfonsina no lo acompaña. Quiroga le pide que se vaya con él y ella, indecisa, consulta
con su amigo el pintor Benito Quinquela Martín. Aquél, hombre ordenado y sedentario,
le dice: «¿Con ese loco? ¡No!».
Lange comenta que entre cartas quemadas y sollozos, se alimentaba un amor irreal, que
no lo disipaba la distancia ni los males.
Alfonsina Storni, que fuera maestra, actriz, periodista, poeta, socialista, feminista y
madre soltera, fascinaba al Buenos Aires del siglo XX con sus versos y con el desafío a
todos los prejuicios en medio de una sociedad machista y oligarca.
Quiroga, por su parte, luchaba por sus ideales en la selva, hasta que en el año 1937 se
quitara la vida con cianuro, luego de que una junta médica le diagnosticara cáncer de
próstata.
Esa misma tarde del 18 de febrero, al conocer noticia, Quiroga pidió permiso para dar
un paseo y visitar a su hija fuera del hospital, permiso que le fue concedido.
Pasó por una farmacia y compró cianuro. Regresó al hospital. Mezcló el polvo en un
vaso con agua y se quitó la vida. Muchos dicen que había dejado solo una carta y estaba
dirigida justamente a Alfonsina, pero que la confiara a su único confidente en el
Hospital de Clínicas, Vicente Batistessa, un paciente que estaba internado en esa parte
del hospital por su aspecto físico: tenía horribles deformaciones, causadas quizás por
una elefantiasis, una neurofibromatosis o el Síndrome de Proteus y al que Quiroga había
tomado como su amigo más fiel, dedicándole horas de lectura en las noches.
Si bien nunca se pudo conocer con veracidad si esa carta realmente existió, también fue
un secreto el paradero de Vicente años posteriores a la muerte del escritor.
En 1935 le diagnosticaron a Alfonsina un cáncer de mama y tuvieron que quitarle el
seno derecho. Dos años después su salud empeoraba rápidamente, ella presentía el final
y le costaba seguir adelante producto del dolor y de su estado anímico. En esta etapa sus
poesías expresan sentimientos de muerte maximizados por el suicidio de Horacio.
En los últimos momentos de su vida tenían que inyectarle morfina por el dolor que
padecía producto de la enfermedad terminal, los médicos le dieron seis meses de vida y
como no podía seguir sufriendo de esa manera, decidió viajar a Mar del Plata. Envió al
diario La Nación un poema de despedida titulado “Voy a dormir”, una carta a su hijo y
una nota a la policía para que no culpen a nadie de su muerte. El 25 de octubre de 1938
decidió terminar con la agonía y caminó hacia el espigón de La Perla, desde donde se
lanzó al mar. Obreros municipales encontraron el cuerpo que fue trasladado a la capital
para ser velado en el Club Argentino de Mujeres. Así surge, en su homenaje, el tema
Alfonsina y el mar, creado por Félix Luna y Ariel Ramírez.
Fuente: Visitemos Misiones.
Fotografía tomada de la red
POEMA A HORACIO QUIROGA* DE ALFONSINA STORNI
Esta relación finalizó en 1927, cuando el escritor conoció a María Elena Bravo y
contrajo su segundo matrimonio. Nunca se supo si él y Alfonsina fueron amantes, ya
que no abordaban el tema del amor como tales. Sí se sabe que ella apreciaba a Quiroga
como un amigo que la comprendía, al que le dedicó un poema cuando él se suicidó, diez
años más tarde, que presagia su propio final.
Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
y así como siempre en tus cuentos, no está mal;
un rayo a tiempo y se acabó la feria …
Allá dirán.
No se vive en la selva impunemente,
ni cara al Paraná.
Bien por tu mano firme, gran Horacio …
Allá dirán.
“No hiere cada hora –queda escrito-,
nos mata la final.”
Unos minutos menos … ¿quién te acusa?
Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio que la muerte
que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías …
Allá dirán.
Sé que la mano obrera te estrecharon,
mas no si Alguno o simplemente Pan,
que no es de fuertes renegar su obra …
(Más que tú mismo es fuerte quien dirá.)