En esta época, es la velocidad la que ocupa el primer puesto en la vida de los habitantes de las
grandes urbes, por eso, parece impracticable la actitud de nuestros antepasados; no solo de
quienes poblaron el continente europeo hasta el siglo XIX, sino el de los tiempos de los
Pueblos Originarios que ocuparon este continente latinoamericano, antes de la llegada de los
españoles.
Muchas etnias convivían en este bello, extenso y grandioso territorio que hoy denominamos «
Patria Grande». Desde Centro América hasta la Antártida Argentina, (incluyendo las Islas
Malvinas), los Mayas, los Incas, los Guaraníes, los Tehuelches, los Onas y cientos de tribus
recorrían a pie la tierra madre en busca de alimento. Por entonces la mayoría de estos grupos,
poseían costumbres, ritos y fundamentalmente: respeto; no solo por el suelo que habitaban,
sino también por el otro ser humano cuando una acción de la naturaleza, les hacía “caer en
desgracia”, perder la cosecha, animales o la propia vivienda.
A pesar del tiempo transcurrido, de la llegada de los conquistadores y finalmente de los
adelantos tecnológicos que se lograron a través de la ciencia, hoy en día hay fenómenos
naturales que ponen muchas veces en peligro hasta la misma vida humana. Siempre hay un
hermano que debe resolver sin pérdida de tiempo, situaciones graves y no siempre cuenta con
la ayuda del Estado o la cobertura de un seguro social.
En una comunidad organizada la Constitución debería funcionar desde lo que se conoce como:
Derecho Social, cuya principal y gran misión es la de ordenar y corregir las desigualdades que
existen entre las clases sociales con el claro objetivo de proteger a las personas ante las
diferentes contingencias que le pueden ir surgiendo en el día a día.
Sin embargo, y más allá de los derechos que debiera hacer cumplir un Gobierno Democrático o
el Poder Judicial, la desigualdad reina en nuestro país y es “la gente” quien acude en ayuda del
amigo, vecino o simplemente el prójimo, como lo hicieron nuestros antepasados: los
aborígenes y el campesino.
¿Qué es la Minga?
Los sabios aborígenes, que, no andaban por el mundo con tanta información como la que
tenemos hoy en día, ni con nuestra prisa por alcanzar metas en la vida, poseían una actitud
solidaria colectiva a la que llamaban «Minga».
Minga (minka en quechua) es una antigua tradición de trabajo comunitario o colectivo con
fines de utilidad social.
Ciertamente el significado de la minga deriva del conocimiento que tenían los aborígenes de
que, realizando un trabajo compartido para el bien común, este se hace más rápido y mejor.
Esta costumbre, como todas las tradiciones, se fue transmitiendo de generación en
generación. Nuestros gauchos, habitantes nacidos de la fusión entre el español y el aborigen,
fueron también perseguidos por no pertenecer ni a la civilización europea, ni a la indígena y se
constituyeron en “los parias” del territorio argentino. Luego muchos de ellos ante la necesidad
de dar un mejor bienestar a los suyos, aceptaron dejar esa vida errante y se convirtieron en el
campesino, el hombre de campo o sea, dejaron de ser el gaucho “paria” al ser contratados por
los dueños de estancias a quienes por un jornal miserable le debían trabajar la tierra, cuidar el
ganado o realizar todo tipo de tarea que su patrón requiriese.
Muchos argentinos, descendientes de aborígenes, gauchos o los inmigrantes pobres, han
tenido que vivir en la marginalidad y de hecho hay cantidad de ellos que continúan así, es decir
construyendo sus viviendas en tierras donde aún no ha llegado la «civilización». Casas que
suelen estar ubicadas al costado de una ruta o a la margen de un río, especialmente de éste
último dado que el agua es esencial para la vida del ser humano, lo que muchas veces les
acarrea la perdida de sus viviendas cuando hay crecidas importantes.
En esos momentos, cuando no llega la mano del Estado o alguna institución de bien público,
«la minga» se hace presente, como ocurrió con la historia que les voy a contar.
Don Yatu y el Rancho Perdido
Cuando aquel día aborrecible se me vino la creciente y al arroyito inocente le dio una fuerza increíble cuando en furia incontenible desatados elementos se llevaron mi sustento mi rancho, mi sementera mi ganado, mi tranquera… creí no recobrar aliento.
Pero mi compadre Juan y mi vecino Ventura, que dieron a mis criaturas a mi mujer y a mí, abrigo, se me mostraron amigos como Dios nos manda ser y me dijeron: A ver, prepárese pa´ la minga, que aunque se oponga Mandinga su rancho le hemos de hacer
Historia de Don Yatu y el rancho que le llevó le río…..
En un pueblito perdido en la querida y calurienta Provincia de Santiago del Estero, la familia de
Don Yatu y Fermina, vivían con sus cinco hijos en un ranchito levantando con sus propias
manos a la orilla del río; una mañana mientras todos estaban trabajando la tierra seca, llegó la
creciente y sin pedirles permiso les llevó su querido rancho. Fue al regresar para alimentarse y
descansar un poco del sol agobiante, que se encontraron con la «nada», la desolación total, ya
que hasta los animales habían desaparecido.
Desesperado Don Yatu corrió un kilómetro hasta la casa de su vecino Juan quien sin dudarlo
les dio albergue a todos esa noche. Mientras las mujeres y los niños se acomodaban como
podían, los hombres sentados en la cocina, mate de por medio, hablaban con respecto a cómo
encontrar una solución para volver a levantar el rancho, la respuesta no se hizo esperar, al
unísono dijeron: «Tenemos que convocar a una Minga».
Así fue que al día siguiente los dos hombres, salieron al alba y visitaron al resto de los vecinos,
quienes acostumbrados a brindar hospitalidad y ayuda al que la necesitara, todos se
comprometieron que al caer la tarde después de su jornada de trabajo, iban a llegarse hasta el
lugar y le darían una mano hasta levantar nuevamente el rancho de Don Yatu.
También las mujeres se sumaron, mientras los hombres cortaban troncos, juntaban espartillos,
preparaban el adobe e iban levantando las paredes, ellas les cebaban mate y hacían tortas
fritas. Cuando caía la noche y la oscuridad no les dejaba continuar con la tarea, cada familia se
volvía a su rancho y más allá del cansancio, cargaban sobre sus espaldas la alegría del día
compartido en ayuda de su vecino.
No fue fácil terminar la tarea emprendida, ni tampoco fueron dos días de trabajo, sin embargo,
nadie dejó de asistir, ni de aportar lo que podía, hasta que, cuando solo les faltaba colocar la
paja en el techo y realizar el ritual para que los malos espíritus no pudieran entrar a la casa, fue
que Don Yatu habló con Fermina para ver cómo le agradecían tanta solidaridad a sus vecinos.
Llegó el domingo, nadie trabajaba, así que decidieron darle duro y parejo para terminar el
rancho ese mismo día, fue entonces cuando Don Yatu partió hasta el pueblo y le pidió fiado a
Don Tobías, el dueño del almacén de ramos generales, harina, carne, unos huevos y cinco
damajuanas de vino. Volvió al rancho y le dijo a Fermina:
- ¿Por qué no te hacés unas empanaditas con las mujeres y llamás al compadre que se venga
con la acordeona y los musiqueros así festejamos que hoy estrenamos rancho nuevo?
Cuando caía el sol, el rancho estaba listo. Justo a tiempo llegó el padrino Ventura con los
musiqueros, quien en voz alta dijo: - Acá estamos compadre, además de la música trajimos varios soles de noche pa´ iluminar el
patio de tierra ¿Dónde los ponemos? Ya verá qué lindo se va poner el baile”
Las mujeres habían amasado y cocinado las empanadas en el horno de barro construido por
ellas y previo al festejo, comenzaron a tirar las flechas sobre el techo de la paja con el
«gualicho» contra los malos espíritus, las que debían quedar en el lugar que cayeran.
Después, todo fue alegría, empezaron con las chacareras, los «aro, aro», siguió la mocita hija
de Don Yatu que sabía cantar, a quien el padrino acompañó con su guitarra, deleitando a todos
con la tradicional chacarera sincopada: «Telesita la mangamota, tus ropitas están rotas…».
No faltó el recitador, ni los zapateadores y así, entre chacareras, zambas y recitados, se fueron
las empanadas, el vino y con el último vecino que dijo «hasta mañana», la familia volvió a
dormir en su rancho.
Don Yatú quedó solo, apagando los soles de noche, ya solo le quedaba uno en la mano,
comenzó a caminar lento hacia la puerta del rancho, lo miró asombrado, y, entre melancólico y
lleno de gozo, mientras la luna iluminaba el campo, dijo en voz baja:
Y así con vino del año que me fío el bolichero y lujo de guitarreros como en las mingas de antaño se reparó aquel gran daño que me hiciera la creciente y ahora, contenta la gente por así haber ayudado me han dejado a mi obligado en conciencia para siempre.
¡Qué linda ha sido la fiesta y que lindo han trabajado. Achalay como ha quedado la nueva casita nuestra.
Bienhaiga la costumbre ésta de ayudar a quien precisa y de traer música y risas junto con brazos muy fuertes.
Bienhaiga toda la gente que ha venido a nuestra Minga!
Autora Décimas «La Minga»: Dra. Olga Fernández Latour de Botas- Ex direcroa del Pofesorado
de Folclore de la Esuela Nacional de Danzas. ( 1975)
A.Ch. Santa Teresita 2022