Sé, que la estadía en este pueblo me permitirá acceder a datos que resuelvan el enigma que ha logrado obsesionarme. Únicamente en este lugar podré encontrar las evidencias que me animaron a embarcarme en esta moderna odisea. Intuyo que es aquí, donde engarzaré las perlas que darán continuidad y forma a lo que en este momento me apasiona. Las investigaciones que realicé cuando tuve en mis manos esos papeles, ocultos en el cajón secretísimo del viejo escritorio del abuelo, me colmaron de asombro y me certificaron que las casualidades, por lo menos en este caso, arrastran historias, y convencida me entregué con toda vehemencia a desentrañarlas, por eso estoy aquí, ansiosa por dar los pasos que tal vez, me aproximen a la verdad.
El viaje resultó largo, cansador. Dos escalas, distintos aviones, esperas fastidiosas, me agotaron. El hotel donde hice la reserva, es antiguo, bien conservado, ya instalada, lo aprecié confortable. Ansío una ducha caliente que me recomponga y ya estaré lista para bajar al comedor. Aunque estoy segura que nadie me conoce, usé el apellido de mi madre para registrarme No deseo despertar recuerdos, al menos hasta que haya logrado ubicarme en esta búsqueda que parece pura fantasía leída en un antiguo novelón. De todos modos, ya estoy aquí.
La cena, exquisita y ese copón de vino delicioso, me predisponen al descanso. Mañana empezaré a descorrer velos, estoy dispuesta a llegar al meollo de esta historia.
Me despierta temprano un rayo luminoso que da de lleno en mi cara. La cortina del gran ventanal, algo corrida, permitió el ingreso del sol, que presagia un día espléndido. Mentalmente repaso los movimientos con que iniciaré la mañana.
Desayunaré y saldré a recorrer los alrededores. Quiero conocer el paisaje y lo que más me importa, es captar la primera impresión que me provoque la gente con la que me cruce en la calle. Iré profundizando poco a poco; lo que conozco, que es mínimo, por eso necesito relacionarlo con lo que vea.
No es fácil reconstruir una historia cuando se desconocen muchos de los momentos que la formaron. Mi curiosidad permitió preguntas que me acercaron al lugar donde los sucesos fueron definidos, por eso confío que llevo buen rumbo y cuando sospeche que mis tiempos se agotan, reconoceré el hilo que me guiará para salir del laberinto, con los pormenores que haya conseguido.
Camino por una hermosa calle, con árboles altos en sus amplias veredas. En sentido contrario avanza una señora mayor que me mira con fijeza. La saludo con cortesía, mientras le pregunto si voy en la dirección correcta para visitar el Barrio Antiguo. La señora me informa que esta calle termina en el portal de entrada al viejo cementerio, que debo doblar a la izquierda y que a los pocos metros reconoceré las viejas edificaciones del barrio que busco. Le agradezco la respuesta a la señora y continúo caminando con una agitación nueva en el centro del pecho. No imaginé encontrar tan fácil, lo que realmente buscaba, sin que demasiadas personas estuvieran al corriente de mis movimientos. Soy una desconocida, por lo tanto, no lograré pasar inadvertida en un pueblo tan chico.
Siento que me acerco cada vez más al misterio que vine a dilucidar. Un entrechocar de sensaciones me sacude y si no recompongo mi sentido común y mi raciocinio, malgastaré lo ya conseguido.
La mañana está muy fresca y en mi respiración noto lo que mi cuerpo acusa por venir del llano. Estoy caminando a más de 2000 metros de altura sobre el nivel del mar, y esta diferencia hace que mis pasos, sean más tranquilos, más pausados. .Aspiro olores que no me resultan habituales, incluso, ese penetrante e intenso aroma de café, que se esparce por el aire desde casas pintadas con colores muy brillantes. Experimento lo que es caminar por un pueblo de otro tiempo, conservado por costumbres milenarias que se cumplen con la naturalidad de lo cotidiano. Escucho hablar idiomas aborígenes y en ese andar alerta, descubro un viejo templo y dentro, un murmullo de rezos y plegarias, ofrecidos por fieles sentados en el suelo. Me admira la cantidad de velas de distintos colores y formas y de las variadas ofrendas ofrecidas. Todo lo observo con avidez, para traducirlo cuando pueda, consultando los papeles encontrados en ese cajón tan particular.
La mañana serena, luminosa, me impulsa a internarme en ese paisaje mágico y cuando llego al imponente portal del cementerio, mi corazón retumba, pero doblo a mi izquierda, para ingresar en el recóndito Barrio Antiguo.
Desde que esta historia comenzó, fue para mí, y no sé porque, el recóndito Barrio Antiguo. Le antepuse recóndito imaginándolo oculto, reservado, profundo…y es todo eso lo que veo, y me sorprende, y me conmueve…
Reconozco que circulo por un lugar donde cada paso me descubre secuencias que creía vivas solo en los libros de historia, sé, que este país, de profundas raíces indígenas, cobija varias etnias, con su lenguaje, con sus distintos atuendos, con sus costumbres atávicas, pero verlos compartir los espacios con la naturalidad de una convivencia antiquísima, en pleno siglo XXI, dibuja en mi cara una sonrisa llena de ternura y pienso en lo que dicen los libros de historia y me remonto en el tiempo, me ubico en épocas donde la invasión por el mar era sinónimo de atropellos y barbarie. Es tanta mi excitación que decido volver al hotel para intentar acomodar en mi cabeza y en mi corazón, todo lo que he visto.
La joven nativa encargada de arreglar mi cuarto está en plena tarea. La saludo e intenta retirarse; le pido que se quede, que continúe con su trabajo mientras conversamos. No habla con fluidez el español, se le enredan voces autóctonas pero sus modos suaves, tranquilos contagian calma. Me dice que su nombre es Chamula y que tiene mucho gusto en atenderme.
Le hablo sobre todo lo que visité; del viejo templo, de las velas, y la joven me aporta detalles que me aclaran dudas. Aprendo que esas velas de distintos colores y tamaños, muestran qué dolencia aflige a quien la lleva al templo en busca de auxilio, si atañe al cuerpo o si el mal es del espíritu…
Las que están ubicadas, – prosigue-, en un sector preferencial, expresan el agradecimiento del enfermo por su cuerpo sano, por el que exhibe los reflejos del bienestar del alma.
Conversar con Chamula, escucharla, me acerca a lo que vine a buscar. La realidad que visualizo en pleno siglo XXI, me remonta en el tiempo…
Y es en el siglo XVII que la Corte de España, pone a la venta títulos honoríficos a quien estuviera dispuesto a servir y acentuar el dominio en las tierras colonizadas. Viaja en esas condiciones, con el título de Marqués, don Alonso de Jaramillo Villalba, un joven buscador de fortunas. Luego de una borrascosa travesía que lo hace dudar de su decisión de acometer semejante aventura, avistan desde la nave, una amplia bahía y su capitán decide explorar. Aquí desembarca Alonso, el Marqués, junto con otros expedicionarios. Se encuentran con un poblado indígena, para ellos, extraño, exótico.
Los nativos miran a los recién desembarcados con atención, como los otros, vienen vestidos. Están alertas, observan que no son más de diez los que avanzan hacia ellos y que es distinta su actitud, pero, aprendieron con sangre que a la alevosía y a la deslealtad, las arriaron las olas desde este mismo mar y les inundó de dolor la bahía. Con sacrificios y muerte, expulsaron a aquellos, si los fuerzan, repetirán lo hecho…
De esto hablaron los papeles encontrados en el vetusto escritorio del abuelo. Pretendo ir más allá, imagino, fantaseo, que es interesante lo que aún ignoro.
Luego de un breve descanso, salgo decidida a buscar datos que completen la historia o a aprisionar en mi mente y en mi espíritu la magnificencia de lo que veo.
La calle remonta una loma suave, y al llegar al punto de mayor altura, aparece perfectamente dibujada una inmensa bahía. Se me anuda la garganta y la emoción me borronea lo que veo, porque estas secuencias las imaginé, escudriñando el cajón del viejo escritorio y ahora las observo, nítidas, transparentes y estoy reconstruyendo escenas que no son quiméricas.
Estoy eufórica, he conseguido considerar con mis ojos, todo lo que ellos abarcan y me han abierto a una realidad cada vez más cercana a lo que vine a buscar.
Mi excitada curiosidad no ha recuperado su límite. Un interrogante la arrastra a otro y otro, le sucede a éste.
Me llamó la atención la hermosura de un singular edificio, que está camino a la bahía, quizá Chamula pueda hablarme de él.
Mi pregunta recurrente es ¿quién fue Berta y cómo fue su relación con el Marqués? Todavía no he visitado el viejo cementerio. Aunque sé qué lápida buscar, debo adentrarme más profundamente en los datos que descubro; ignoro aún como descifrar lo que veo, aunque presiento cercano ese momento.
El edificio que me impactó por su belleza, está construido con piedras y panes de barro. Una escalinata empinada se eleva hacia el firmamento, pero es en la base donde se celebra al amanecer, a las lluvias, a la noche, a la libertad y es donde bailan con vistosas máscaras, invocando a la fertilidad.
Chamula es la depositaria de mis encendidos comentarios y sus repuestas me animan a confiarle mi próxima visita al cementerio viejo.
Estoy segura, de unir los pequeños trozos que componen el todo, para que justifiquen el afán de esta búsqueda.
Chamula conoce por boca de su madre y ésta por conversaciones oídas a las mujeres más viejas del poblado, relatar vivencias e historias que ellas transmiten para que las siguientes generaciones guarden recuerdos de lo ya vivido y no se pierdan en el tiempo.
Y comienza a hablarme de su princesa Pehuena.
- Es muy bella y muy amada, dice, como si la estuviera mirando…
Luce como nadie los rasgos de la raza, los cabellos oscuros brillan como sus ojos renegridos. Todos aman su carácter, es amable, comunicativa. Sus razonamientos son escuchados y acatados. Las mujeres ancianas siempre cuentan que Pehuena, sonreía, cuando por sus expresiones se reconocía que había mejorado la relación del hombre respecto de la mujer. Disfruta vivir en armonía, como su padre, que ama vivir en paz y ella lo admira porque sabe resolver con calma los intentos por quebrantarla…-
Chamula ve sonreír a la señorita y ella responde el gesto. Está tan cómoda en su compañía y le asombra comprobar con cuánta atención la escucha. Están bebiendo una humeante taza de café, mientras el sol se deshace en reflejos rojos.
Chamula se ha convertido en mi más valiosa asistente y por sus labios cuentan las ancianas que…”que un joven que dijo ser Marqués, en las tierras más allá del agua grande, desembarcó con otros hombres en la gran bahía.
Esa presencia provoca recelo, el sometimiento y la extralimitación marcaron sus vidas y esa cicatriz de hierro candente los vuelve prevenidos, desconfiados…
Siento cómo retumba mi corazón. Alonso ocupa un lugar en mi árbol genealógico. Aún se firma con el apellido Jaramillo Villalba en mi familia. Yo misma soy una Jaramillo, por eso me registré en el hotel, como Elisa Guzmán Molina.
- Sigue Chamula su relato y me mira a los ojos cuando dice, -que la nave que trajo al marqués, enfila proa hacia la salida de la bahía, bien aprovisionados, pero sin él.-
Chamula hilvana recuerdos que encajan dócilmente, sin manipulaciones, en los antecedentes que me impulsaron a avanzar, y ahora siento la necesidad de saber si todavía ellos conservan recuerdos del marqués.
- La nativa dice que se lo recuerda como un hombre de presencia agradable, de maneras distinguidas, que fue invitado por el cacique a su estancia para enterarse de cuáles eran las intenciones del forastero. -Pehuena está junto a su padre cuando don Alonso ingresa al salón, acompañado de un servidor que lo anuncia. El saludo formal se trastoca en conversación franca, hasta con sentimientos afines. Alonso se explaya y comenta su intención de asimilar la cultura de este pueblo amable, que le ha permitido captar y emplear las voces para lograr comunicarse. Elogia la tierra fértil, que derrama verdes en las trabajadas haciendas, cultivadas con técnicas que desconoce y que lo sorprenden. Y en esa animada conversación le ofrece al cacique que cuente con sus conocimientos y con su voluntad para compartirlos.
Pehuena ha quedado impresionada por la disposición del joven, su desenvoltura lo iguala a la de cualquier príncipe de su raza, -piensa-. El padre nota su desconcierto y no deja de mirarla… Don Alonso se despide y queda en el ambiente la sensación de haber compartido un buen momento. Pehuena no articula palabra mientras oye a su padre elogiar los rasgos sobresalientes de la visita Don Alonso se propone penetrar en ese universo tan distinto, aprender sus costumbres, vivir sus días con los aquí nacidos. Ningún lazo familiar ni de afecto quedó en su patria, es libre para posibilitarse el cumplimiento de este deseo. Y esa muchacha…le impactó su gesto noble, su cabeza erguida, su mirada inteligente, sus silencios. Conjetura que es así por ser la hija del personaje del lugar y es tan bella…
La actitud del cacique es generosa y amable, Alonso cree que es aceptación ya que cada paso que da en esa tierra lo afirma en la seguridad de que no se equivocó cuando despide a los que zarparon para enfrentar otra vez al mar.
Su pensamiento retorna a la hija del cacique. No recuerda su nombre. Él la llamará Berta, ignora porqué este nombre apareció para identificarla.
Él la llamará así.
Pehuena comenta con su padre –dice Chamula- la impresión que don Alonso le causara, y él, rápido, le recuerda que la ha prometido al príncipe Conau, primogénito del cacique Pocatepelc. Pehuena abraza a su padre sonriendo y salen a pasear por los jardines conversando animadamente.
Ocurre, -sonríe Chamula-, que el indiecito invisible, ese duende travieso y burlón, imprime a su juego repercusiones y consecuencias, que no se ajustan a los planes de nadie, ni a los de los más encumbrados personajes. Y es sutil, pero con resultados tan reales, como que la uva es producto de la vid.
Cuando las ancianas narran esta historia, las más jóvenes se acuclillan, atentas, para no perder palabra. Es una historia muy triste que les provoca una profunda pena.
Alonso vuelve a ver a Pehuena,-sigue Chamula –, en la base del templo.
Es ese bello edificio que a mí me deslumbrara. La acompaña una nativa de aspecto tan interesante como el de ella. Alonso se acerca a saludarla y Pehuena lo invita a presenciar la ceremonia de agradecimiento a los dioses, por el abundante rendimiento de las cosechas. Conversan con naturalidad, como si estos encuentros fueran habituales. Él la mira, quiere encontrar el por qué decidió llamarla Berta, cuando oye que la nativa que la acompaña, la nombra princesa Pehuena.
El rito finaliza al amanecer. Alonso se ofrece a acompañarlas para prolongar el encuentro, Pehuena ríe, sorprendida y confusa cuando Alonso la llama Berta
-¿Cómo llamarme Berta?-, me conforma mi nombre, mi padre me llama Pehuena. Se despiden, y queda en el ambiente el deseo de un próximo encuentro. Pehuena ingresa a la casa y sonríe -¿por qué llamarme Berta…? Aunque siente como posesión ese nuevo nombre, no le desagrada, aun cuando la invade un sentimiento de temor que no sabe explicarse.
Los encuentros ya no son coincidencia ni tampoco disimulan sentimientos. El cacique está preocupado, siempre han vivido rodeados de otras etnias y nadie ha intentado el mestizaje. No han aprendido el idioma, para no favorecer un acercamiento que no buscan, por eso se pregunta abatido, ¿qué debo hacer?
Los acontecimientos toman rumbos que precipitan la desgracia. La aflicción causada por esta pasión, altera hábitos ancestrales. El cacique ha perdido la paz, sabe que debe enfrentar el justo reclamo de Pocatepelc, ama a su hija, pero no tiene opción. Ella ha concebido un hijo y todos saben cual es el castigo que la ley de su raza impone cuando se viola el compromiso concertado. Chamula revive el sufrimiento de la princesa y su voz es muy suave, cuando dice….Pocatepelc exige la hoguera, esa es la pena. Pehuena acepta. Su pesadumbre y su mortificación están orientadas hacia el hijo, solicita clemencia para él, ruega que le permitan cumplir con los tiempos para dar a luz y poner a su hijo en brazos de su padre. Luego se someterá a lo que su estirpe manda, conservando en ella, y con ella la imagen de su hijo.
Chamula se emociona cuando dice que las ancianas repiten esta historia para que el pueblo no se olvide del sacrificio de su princesa
Mis ojos están húmedos… Invito a Chamula a visitar el cementerio viejo. A la mañana siguiente, bien temprano, caminamos despacio por la calle arbolada y al llegar al portal, ingresamos en silencio. Nos internamos por estrechas callecitas para llegar donde reposan los habitantes más antiguos. Reconozco un monumento que resalta del resto, está esculpido en un mármol rosado de gran belleza donde se lee;
AL POSAR TU MIRADA EN ESTA TUMBA
¡SEGUID ¡ ¡NO TE DETENGAS!
DEL SER CUYAS CENIZAS GUARDA,
CONOCISTE SU MATERIA, PERO SU ALMA NUNCA.
Chamula se muestra abatida. No acostumbra visitar esta tumba. Escuchó muchas veces decir en voz baja, lo inútil de este sufrimiento. El dolor del cacique, la pesadumbre que lo hunde en la amargura, en el desconsuelo, acelera su decaimiento.
Alonso es considerado el principal culpable de esta desgracia. Lo acusan de deshonrar los mandatos de los antepasados, sumiendo en el impudor a la princesa. Él se niega a protagonizar esta pesadilla, cuando fue tan grande el amor que los unió
Pero esa pasión violenta, asciende, se abraza, lucha, con esos encarnizados y ciegos nubarrones de humo.
Él no tiene el acompañamiento del cacique, los pobladores lo responsabilizan por la inmolación de su respetada princesa. Sólo le queda su amor por Berta y por su hijo. Aprenderá a ser su madre y su padre, unidos a un recuerdo doloroso.
Cuando hallo en el cajón del viejo escritorio documentos con el apellido de la familia, la curiosidad me transportó al descubrimiento de una historia que atravesó por tan duras circunstancias, emocionada agradezco al hijo de Berta y Alonso por el apellido conservado a través del tiempo
Chamula baja la cabeza cuando le cuento esta historia. Habrá sido el destino o sus dioses los que me acercaron a los protagonistas y su asombro es infinito cuando se unen las dos versiones, entre los suyos, sigue vivo el triste final de la princesa Pehuena.
Abrazo a Chamula, con la misma emoción que abrazaría a Pehuena. Ese contacto, cariñoso, interminable me recorre el cuerpo.
Son sensaciones que proceden de una historia muy triste, que el abuelo tal vez ignoró…pero los documentos tan antiguos que hallé, mencionando a un Jaramillo, me trajo sin dudar a estas tierras y a esta historia.
Gladys Mabel Suárez .
Mapuche significa “gente de la tierra” en mapudungu, la lengua de este pueblo que, originario de Chile, se expandió luego a la Patagonia Argentina.