El coche corría veloz entre el mar y los médanos, sobre ese espacio de arena dura, que deja la marea cuando se retira de la playa, dejando la misma tan lisa como un billar. Por un lado las blancas crestas de las olas llegaban voluptuosas a la playa dibujando en el pizarrón oscuro del mar pinceladas de luz, del otro lado, la sombra de los médanos adentrándose a la profunda oscuridad de la noche, producía la sensación de infinitas colinas, en un planeta misterioso y desierto. En el cielo se movían lentamente las nubes escondiendo por momentos la blanca y fría luna, que, apenas llegado el ocaso, había asomado en el horizonte, trepando hasta el cielo y tachonadas de brillantes estrellas, dándole a este una tonalidad azul aterciopelada. Las luces del coche, penetraban una ligera neblina transparente, abriendo en ella un camino fantasmagórico.
Más adelante la sombra del barco hundido se vislumbraba cada vez más cerca, el hombre desaceleró, el coche comenzó a deslizarse cada vez más lentamente. El hombre deseaba absorber la belleza del paisaje.
El barco había encallado en ese lugar en los comienzos del siglo XVIII y en más de cien años el mar había ido enterrándolo y ahora solo sobresalía del mar el palo mayor y parte del casco desvencijado.
Fue allí en línea recta con el viejo barco que vio a un hombre, vestido con una raída camisa blanca, ajustados pantalones largos poco más de la rodilla, descalzo, con un aspecto casi desesperado, arrojarse sobre el paso del auto como queriendo detenerlo. Se sobresaltó y esto hizo que apretara el acelerador alejándose de allí rápidamente. Minutos después recuperado de la sorpresa, regresó para buscar a esta persona que le pareció necesitada de ayuda, pero en el espacio recorrido no encontró a nadie, detuvo el coche y abriendo la puerta llamó, hizo luces con los faros para atraer la atención de cualquiera que pudiera estar en ese lugar, buscó huellas de pasos en la arena ene l mismo lugar donde había visto, al desesperado personaje. El estaba seguro, el gesto era un pedido de socorro para que alguien lo acercara a algún lugar habitado más próximo.
Pero nadie se acercó y en la arena solo había huellas del paso del auto, miró alrededor, la noche parecía más oscura, la bruma más brillante, el silencio más profundo, un estremecimiento de frío y de miedo le recorrió la espalda y sin pensarlo más subió al coche que aún estaba en marcha, apretó el acelerador y sin volver a mirar ni el mar, ni los médanos, sólo delante de sí, a las lejanas luces de Las Toninas, el pueblo más cercano.
Aceleró más y más en un impulso desesperado para alejarse de ese lugar. Ahora sólo era consciente del bramido ensordecedor del mar, de su inmensidad, y de la soledad del paraje. Fue un viaje de cinco minutos que pareció eterno, salió de la playa en la primera calle abierta y ya bajó a las luces artificiales de la civilización, se detuvo en el primer bar que encontró. –Un coñac por favor- su mano aferró la copa y de un solo trago la tomó –Ud. no es del pueblo- le dijo el mozo -¿tiene algún problema?- fue la otra pregunta. Se tomó unos segundos antes de contestar que no, que no pasaba nada, pero fueron suficientes para que recuperara la tranquilidad, ahora en ese lugar con olores conocidos, con ruidos comunes donde varias personas conversaban aquí y allá se sintió seguro y se preguntó que le había pasado, sin llegar a comprender el porqué del susto y la carrera, el que era una persona racional había huido presa del pánico.
Dejó de mirar el vaso que aún tenía en la mano y como para hacer un comentario le dijo al mesero –¿cuántos kilómetros hay de San Clemente hasta acá?- El mozo se alejó un paso y sin contestar a la pregunta dijo –entones Ud. lo vio, esa palidez, ese estado catatónico con el que entró, lo supe enseguida, Ud. no es la primera persona que se encuentra con la aparición- el hombre lo escuchaba asombrado, no creía haber sido tan transparente. –Dicen que es el marinero que quedó cuidando el tesoro del barco cuando éste encalló y se quedó solo en ese lugar esperando que volvieran sus compañeros con un carro para poder trasladarlo, pero alguien llegó antes y para que no pudiera delatarlo lo mató enterrándolo entre los médanos junto con el tesoro para volver luego a llevárselo, pero estos médanos se mueven y al cabo de un tiempo cuando regresaron no pudieron encontrar ni el tesoro ni al marinero y desde entonces en las noches de luna llena se lo ve tratando de detener a algún desprevenido viajero que se anima a pasar por el lugar– y bajando más la voz, -Dicen que si alguna vez alguien se anima a pasar la noche allí podrá ver donde está enterrado el tesoro porque el fantasma está sentado sobre el lugar esperando.-
Autora: Josefina Massironi – Las Toninas